JARDÍN ZEN
Un ambiente apacible para la meditación
La finalidad principal del jardín zen es ofrecer un ambiente exterior propicio para la MEDITACIÓN. Esta última es la base del budismo zen y, para quienes creen en él, constituye el medio más importante para alcanzar la iluminación espiritual. El centro de atracción tradicional del jardín es una roca o un grupo de rocas que ayudan al observador a abstraerse de su realidad cotidiana para concentrarse.

Las rocas deben colocarse contra un fondo (tal como un pequeño patio trasero o un rincón del jardín) del que destaquen. El tamaño y la naturaleza del fondo son indistintos, pero su disposición debe producir el efecto de dirigir la mirada hacia el altar de rocas.
Un jardín sencillo podría constar de un grupo de tres o cuatro rocas dispuestas con esmero sobre un suelo de grava cuidadosamente rastrillada o pasto corto que actúe, además, como primer plano. En un espacio reducido, basta con elegir un rincón tranquilo, colocar las piedras y añadir tal vez un pequeño prado o una zona cubierta de guijarros.

Si se cuenta con mayor espacio y buena iluminación, es posible planear un jardín más elaborado, con macizos de flores que converjan formando un montículo detrás de las rocas: hay que elegir plantas que combinen con el altar y acentúen sus formas. Para enmarcar el conjunto podría aprovecharse un árbol de follaje colgante: sólo faltaría rodear el espacio con una valla de madera o con arbustos perennes para aislarlo del mundo exterior. El aislamiento es fundamental para que el recinto quede libre de todo nexo con la vida diaria.
Con estos elementos, las posibilidades de disposición del jardín zen son casi ilimitadas. No existen dos jardines iguales, y cada uno debe reflejar sutilmente el gusto particular de su creador: basta con tener sensibilidad y cuidado al planear la proporción entre sus partes.
El tamaño del altar de rocas debe armonizar con el del conjunto entero: ni tan grande que predomine en él, ni tan pequeño que pueda pasar inadvertido a primera vista. La misma moderación se impone al decidir el tamaño del montículo y los macizos de flores, la cantidad de espacio abierto para el primer plano y la altura y densidad de los setos usados como límite del jardín.

El equilibrio exacto entre estos elementos depende del gusto personal. Es posible entretejer formas, colores y texturas para dotar a un conjunto sobrio con detalles vistosos y estimulantes, o bien, limitarse a una disposición austera y sin complicaciones pero que no pierda naturalidad.
Por último, el altar debe quedar ligeramente descentrado en el conjunto, pues la simetría le restaría importancia. Si se trata de varias rocas, deben tener distintos tamaños y formas, y colocarse de manera simple y natural para que formen un contorno irregular (los arreglos demasiado uniformes lucen bien pero dejan poco a la imaginación del observador).